FACTOR DETERMINANTE

Es una verdad profunda y fascinante que, a pesar de la universalidad de la música como lenguaje humano, cada persona la percibe y valora de una manera única. Esta diversidad en la apreciación musical es un testimonio de la compleja interacción entre nuestra biología, nuestras experiencias personales y el rico tapiz cultural en el que nos desarrollamos.

La Neurociencia de la Percepción Musical: Un Mundo Interno de Diferencias

Desde una perspectiva neurocientífica, la forma en que el cerebro procesa la música no es un proceso monolítico. Estudios han demostrado que existen diferencias individuales significativas en cómo las personas experimentan el placer musical y la sensibilidad a los estímulos auditivos. Por ejemplo, investigaciones realizadas por la Universidad de Barcelona e IDIBELL, citadas en su portal de actualidad, han identificado que la conectividad funcional entre las áreas de percepción auditiva y los circuitos de recompensa del cerebro son clave para entender por qué a algunas personas les gusta más la música que a otras, e incluso por qué algunas experimentan anhedonia musical específica, es decir, la incapacidad de sentir placer con la música a pesar de disfrutar de otros estímulos placenteros.

Además, la plasticidad cerebral juega un papel crucial. Como se discute en canales como “Neuromúsica: la música desde la neurociencia” de Rafael Vargas en YouTube, el cerebro de un músico profesional puede tener una mayor conectividad y diferentes estructuras neuronales en comparación con el de un no músico, reflejando cómo la práctica y la exposición constante a la música moldean nuestra percepción y procesamiento auditivo. La amígdala, una región cerebral asociada con las emociones, también se activa de manera diferente según la valencia emocional de la música que escuchamos, lo que explica por qué una misma pieza puede evocar alegría en una persona y tristeza en otra.

La Cultura como Lente de la Experiencia Musical

Más allá de las diferencias individuales en la neurobiología, el contexto cultural es un factor determinante en cómo se percibe y valora la música. Cada cultura ha desarrollado sus propios sistemas musicales, escalas, ritmos y géneros, que influyen profundamente en nuestras respuestas emocionales y en nuestra interpretación de una pieza musical. Un estudio de la Universidad de Harvard, que analizó miles de grabaciones de canciones de diversas culturas, buscó identificar patrones universales, pero al mismo tiempo resaltó cómo la cultura moldea la forma en que esos patrones se materializan y se aprecian (Psicología y Mente).

Para comprender esto, podemos citar a Christopher Small, autor de “Música, Sociedad, Educación”, quien argumenta que la música no es solo un objeto o un sonido, sino una actividad social, un “músico” o “music-making” que está intrínsecamente ligado a la cultura y a las interacciones humanas. La música, en este sentido, es un lenguaje que se aprende y se internaliza a través de la inmersión cultural.

Una Reflexión desde Latinoamérica: El Sabor del Sincretismo

Desde la perspectiva latinoamericana, la diversidad en la percepción musical adquiere una capa adicional de riqueza y complejidad. Nuestras músicas son el resultado de un profundo sincretismo cultural, una fusión de influencias indígenas, africanas y europeas que ha dado origen a una multiplicidad de géneros y expresiones sonoras. Como se menciona en el “Cuaderno pedagógico” sobre Los Jaivas y la música latinoamericana, la llegada de europeos dio inicio a un proceso donde las músicas africanas y las ya existentes en el continente se entrelazaron, creando un lenguaje musical propio.

En América Latina, la música a menudo está intrínsecamente ligada a la danza, la poética y las narrativas populares, como se destaca en “Educación musical contemporánea e identidad latinoamericana” de Revistas UdeA. No se trata solo de escuchar un sonido, sino de una experiencia multisensorial y comunitaria que construye identidad. El “sonorama” —nuestro entorno sonoro— define lo que es y no es música para nosotros, y nuestra apreciación está tejida en la trama de nuestras festividades, rituales, luchas sociales y celebraciones cotidianas.

Mientras que en algunas culturas occidentales el valor de una pieza musical puede medirse por su complejidad armónica o su virtuosismo técnico, en Latinoamérica, a menudo, la autenticidad, la emotividad y la conexión con la narrativa colectiva pueden ser parámetros de apreciación igual o más importantes. Una cumbia puede ser apreciada no solo por su ritmo pegadizo, sino por su capacidad de unir a la gente en el baile; un corrido mexicano, por su habilidad para contar una historia de valentía o desventura.

En última instancia, la forma en que cada uno de nosotros escucha y aprecia la música es un reflejo de la maravillosa complejidad de ser humano, una amalgama de conexiones neuronales, historias personales y las profundas resonancias de nuestra herencia cultural. Reconocer y celebrar estas diferencias no solo enriquece nuestra comprensión del arte, sino que también fomenta una mayor empatía y conexión entre los pueblos.






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